En este post tratare de escribir, mas o menos una verdad difernete acerca de la iglesia catolica y el cristianismo, como pueden ver en otro post, ya se encuentra algo de el sexo en la biblia, temas que son tabu para los creyentes y el mismo clero. Dando por un hecho que la iglesia a manipulado al 100% las escrituras divinas o santas o como quieran llamarlas para el beneficio propio y que hasta hoy, hay muchos creyentes ciegos que los siguen defendiendo, aclaro, no soy ateo simplemente es algo que hay que decir y ya.
bueno y empiezo con esto:
DIOS ENTREGO SU LEY AL PUEBLO ELEGIDO, PLAGIANDO LOS TERMINOS DE UN TRATADO DE VASALLAJE HITITA
La tradición hace comenzar la historia hebrea en el momento en que el patriarca Abraham abandonó Ur (Caldea),
hacia el año 1870 a.C. o, más probable, durante el reinado del rey babilonio Hammurabi (c. 1728-1686 a.C.),
para dirigirse con su clan nómada hacia el sur, hasta el borde del desierto de Canaán, asentamiento desde el que,
un centenar de años más tarde, forzados por el hambre, partirán hacia Egipto, guiados por el patriarca Jacob,
donde serán esclavizados.
Según la leyenda bíblica, tras la huida de Egipto (probablemente en el siglo XIII a.C.), mientras el pueblo hebreo estaba
acampado en pleno desierto del Sinaí, Moisés, su líder y guía, que había subido a lo alto de una montaña sagrada, afirmó
haber oído la voz de Yahveh15 diciéndole las siguientes palabras: «Vosotros habéis visto lo que yo he hecho a Egipto y
cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, si oís mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis
mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la Tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y
una nación santa. Tales son las palabras que has de decir a los hijos de Israel» (Ex 19,4-6); acto seguido, Yahvé le dictó
su Ley y pactó una nueva alianza —renovando la que hizo con Abraham— que garantizaba el futuro de Israel a cambio de su obediencia
al mandato divino.
Este supuesto hecho, definitorio para millones de creyentes actuales, pierde algo de su lustre y originalidad si tenemos en
cuenta que los pactos de alianza entre un sujeto y un dios están documentados arqueológicamente desde épocas anteriores —al menos
desde el III milenio a.C.— en diferentes culturas mesopotámicas y que, tal como podemos comprobar tras analizar la estructura
literaria de los pasajes bíblicos que refieren la alianza, resulta que son una flagrante imitación de los tratados de vasallaje
hititas y de otros pueblos antiguos, de los que se han conservado hasta hoy diversos ejemplares. Los tratados hititas de
vasallaje, muy anteriores a la época en que fueron redactados los textos hebreos de la alianza,16 presentan todos ellos un
esquema parecido y formalmente rígido: «Se enuncian en primer lugar los títulos del emperador hitita, luego se hace memoria de
la historia de sus relaciones con el vasallo con quien se va a sellar el tratado, se enumeran las condiciones que debe cumplir
el vasallo para permanecer fiel a la alianza y conservar así la protección de su soberano, a continuación se prescribe que el
texto sea depositado en un templo para recibir lectura en el momento preciso, se mencionan entonces los dioses invocados como
testigos, para ter-minar con una serie de bendiciones o maldiciones para el vasallo, según que éste respete o viole el tratado.
»Tanto en Éxodo, como en Josué, 24, y en el Deuteronomio encontramos diversos elementos de este mismo esquema: las obras pasadas
de YHWH, sus exigencias, la orden de leer el Libro de la Alianza, la invocación de testigos ("el cielo y la tierra", Dt 4,26)
y las maldiciones y bendiciones. Dios queda así definido frente a Israel como el emperador hitita frente a sus vasallos.
No obstante, no es preciso pensar que necesariamente se trate de una imitación de fórmulas específicamente hititas, ya que
el tratado de vasallaje del siglo VIII a.C., que encontramos transcrito en las inscripciones arameas de Sefiré-Sudjin, presenta
también los mismos elementos.»
Resulta cuanto menos sospechoso que Dios todopoderoso no fuera capaz de redactar un texto de pacto diferente a los tratados de
vasallaje al uso en la época, ya fueran éstos hititas o de cualquier otra procedencia. En cualquier caso, tras definir esta
alianza, que pasó a ser el núcleo mismo de la identidad y seguridad del pueblo hebreo, surgió un nuevo problema conceptual
al que hubo que encontrar una solución salomónica: dado que los hombres, por culpa de su voluntad flaqueante, no eran capaces
de respetar continuamente lo pactado con Yahveh que, por el contrario, era la perfección y fidelidad absoluta, y que ello debía
comportar la ruptura del «pacto de vasallaje» con todas sus maldiciones añadidas, se tuvo que dar un paso hacia el vacío
teológico y se añadieron a Yahveh nociones como las de misericordia y gracia —de las que carecía el dios de los antepasados
de Israel, el anónimo «dios de Abraham» o «dios del padre»— para asegurarse la khesed (lealtad) divina a pesar de las deslealtades
humanas.
De hecho, Moisés nunca pudo ser el fundador del monoteísmo judío, tal como se afirma, porque Moisés, fiel a la religión semítica
de los patriarcas, practicó el henoteísmo, «la monolatría», es decir, no creía que existiese un solo dios sino varios,
aunque él se limitó a adorar al que creyó superior de todos ellos. Sólo en este sentido pueden interpretarse frases como la del
canto triunfal de Moisés: «¿Quién como tú, ¡oh Yavé!, entre los dioses?» (Ex 15,11), o la de Jetró, suegro de Moisés:
«Ahora sé bien que Yavé es más grande que todos los dioses» (Ex 18,11). A más abundamiento, la creencia en otros dioses
se patentiza cuando el propio Yahveh ordena: «No tendrás otro Dios que a mí (...) porque yo soy Yavé, tu Dios, un Dios celoso»
(Ex 20,2-5).
Dentro de los relatos bíblicos es una constante casi enfermiza el intentar mostrar, una vez tras otra, que el pueblo de Israel
goza del favor exclusivo de Dios, de ahí las más que frecuentes referencias a pactos o alianzas, o el relato del supuesto trato
especialísimo que Dios les dispensa a algunos de los monarcas israelitas (sólo a los triunfadores, que aportan esperanza a Israel,
claro está; el Dios de esos días no deseaba tener hijos fracasados). De este modo, siguiendo las fórmulas empleadas por los
escribas egipcios y mesopotámicos para referirse a sus reyes, los escritores bíblicos también presentaron al rey David como algo
más que un vasallo o un protegido de Yahveh y le hicieron mesías —un título ya usado por Saúl— e hijo de Dios. Así, en el oráculo
de investidura real se dice: «Voy a promulgar un decreto de Yavé. Él me ha dicho: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Pídeme, y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra. Los regirás con cetro de hierro y los
romperás como vasija de alfarero"» (Sal 2,7-8). En Sal 89,4 se le ratificó como elegido de Dios20 y en Sal 89,28 se le hizo
primogénito de Yahveh21 al tiempo que, tal como vemos por el texto de los versículos que aparecen a continuación
—y por Sal 89,4-5—, se empleó a Dios como excusa para imponer de golpe el principio de la monarquía hereditaria
(muy ajena a la tradición anterior de los hebreos) y se garantizó el régimen teocrático de cara al futuro.
LOS AUTORES DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO: TANTAS MANOS INSPIRADAS COMO INTERESES POLITICOS HUBO EN LA HISTORIA ANTIGUA DE ISRAEL
En el curso de las investigaciones sobre la antigua historia israelita, algunos investigadores han llegado a la conclusión de
que, históricamente, sólo una pequeña parte del antiguo pueblo israelita se convirtió realmente en esclavo de Egipto.
Quizá sólo fueron los levitas. Después de todo, es precisamente entre los levitas donde encontramos gentes con nombres egipcios.
Los nombres levitas de Moisés, Hofni y Fineas son todos egipcios, no hebreos. Y los levitas no ocuparon ningún territorio
en el país, como hicieron las otras tribus. Estos investigadores sugieren que el grupo que estuvo en Egipto y después en el
Sinaí adoraban al dios Yahvé. Después, llegaron a Israel, donde se encontraron con las tribus israelitas que adoraban al dios Él.
En lugar de luchar para decidir qué dios era el verdadero, los dos grupos aceptaron la creencia de que Yahvé y El eran un mismo
Dios. Los levitas se convirtieron en los sacerdotes oficiales de la religión unificada, quizá por la fuerza o bien por medio de
la influencia. O quizá no fue más que una compensación por el hecho de no poseer ningún territorio. En lugar de territorio
recibieron, como sacerdotes, el diez por ciento de los animales sacrificados y las ofrendas.
DE COMO UN ESCRIBA, SIN PRETENDERLO, CREO EL DIOS JUDEOCRISTIANO DE LA BIBLIA
Por poco crítico que uno sea, resulta muy difícil entrever la inspiración o autoría de Dios en textos que no pasan de ser la prueba
de duros enfrentamientos por el poder, entre facciones sacerdotales rivales que intentaban asegurarse para sí los máximos
beneficios económicos posibles, en los que no hubo el menor escrúpulo en falsear textos y atribuirlos a Moisés/Yahveh, en usar el
nombre de Dios para dotar de autoridad a meros intereses personalistas, cuando no a claras perfidias, en conformar profecías
sobre hechos ya sucedidos, etc. Los héroes bíblicos de esos días no fueron menos materialistas, corruptos o falsarios de lo que
puedan serlo los dirigentes de la humanidad actual, aunque, también como hoy, no puede descartarse la presencia entre ellos de
algún que otro santo varón. Por lo que hemos visto hasta aquí, podemos estar seguros, al menos, de alguna de estas dos
posibilidades: o bien Dios jugó a hacer política, sumamente partidista, con los hombres, o bien éstos hicieron política usando a
Dios (y no en vano, claro está).
Para afirmar lo anterior y para identificar
al sacerdote (aarónida), legislador y escriba Esdras como la persona que los analistas de los textos bíblicos bautizaron hace
ya tiempo como «el redactor», el responsable de haber combinado las cuatro fuentes diferentes para elaborar el Pentateuco que ha
llegado hasta nuestros días.40 Pero quizá lo más sustancial e inesperado de esta mezcla dé textos es que acabó por diseñar
una nueva imagen de Dios que, sin ser la identidad en la que creían los escritores bíblicos, quedó fijada como la identidad
divina en la que se empezaría a creer desde entonces. «Cuando el redactor combinó todas las fuentes
—concluye Richard Elliott Friedman, también mezcló dos imágenes diferentes de Dios. Al hacerlo así configuró un nuevo equilibrio
entre las cualidades personales y trascendentales de la divinidad. Surgió así una imagen de Dios que era tanto universal como
intensamente personal. Yahvé fue el creador del cosmos, pero también "el Dios de tu padre". La fusión fue artísticamente dramática
y teológicamente profunda, pero también estaba llena de una nueva tensión. Representaba a los seres humanos entablando un diálogo
personal con el creador todopoderoso del universo. »Se trataba de un equilibrio al que no tenía intención de llegar ninguno de
los autores individuales. Pero dicho equilibrio, intencionado o no, se encontró en el mismo núcleo del judaismo y del cristianismo.
Al igual que Jacob en Penuel, ambas religiones han existido y se han esforzado desde siempre con una divinidad cósmica y,
sin embargo, personal. Y esto se puede aplicar tanto al teólogo más sofisticado como al más sencillo de los creyentes.
En último término, las cosas están en juego, pero a todo ser humano se le dice: "El creador del universo se preocupa por ti."
Una idea extraordinaria, Pero una vez más, tal idea no fue planeada por ninguno de los autores. Probablemente, ni siquiera fue
ése el propósito del redactor. La idea se hallaba tan inextricablemente inmersa en los propios textos, que el redactor no pudo
hacer más que ayudar a producir la nueva mezcla en la medida en que se mantuvo fiel a sus fuentes. »La unión de las dos fuentes
produjo otro resultado aún más paradójico. Creó una nueva dinámica entre la justicia y la misericordia de Yahvé (...).
La fuente P [sacerdotal] se enfoca fundamentalmente en la justicia divina. Las otras fuentes se enfocan sobre todo en la
misericordia divina. Y el redactor las combinó. Al hacerlo así, creó una nueva fórmula en la que tanto la justicia como la
misericordia se encontraban equilibradas como no lo habían estado hasta entonces. Ahora eran mucho más iguales de lo que lo
habían sido en cualquiera de los textos de las fuentes originales. Dios era tan justo como misericordioso, podía mostrar
tanta cólera como compasión, podía mostrarse tan estricto como dispuesto a perdonar. De ese modo surgió una poderosa tensión
en el Dios de la Biblia. Se trataba de una fórmula nueva y extremadamente compleja. Pero fue ésa precisamente la fórmula que se
convirtió en una parte crucial del judaismo y del cristianismo durante dos milenios y medio (...). »De ese modo, ambas religiones
se desarrollaron alrededor de una Biblia que representaba a Dios como un padre amante y fiel, aunque a veces encolerizado. .
En la medida en que esta imagen hace que la Biblia sea más real para sus lectores, el redactor alcanzó mucho más éxito de lo
que quizás había pretendido. En la medida en que la tensión entre la justicia y la misericordia de Dios se convirtió por sí
misma en un factor importante de la Biblia, en esa misma medida la Biblia ha llegado a ser algo más que la simple suma de sus
partes.»
DIOS, EN SU INFINITA INMUTABILIDAD, CAMBIO RADICALMENTE SU REVELACION Y DIO EL NUEVO TESTAMENTO
Así, el Nuevo Testamento es la plenitud, el cumplimiento del Antiguo, como éste fue la preparación de aquél. Mas la preparación para la realización de misterios
tan sublimes debía por necesidad ser larga y trabajosa, ni podía limitarse a un solo pueblo; debía extenderse a todos, que no se trataba de la salud de Israel,
sino la del género humano. Y para esta preparación era ante todo preciso que el hombre, caído en el pecado por la soberbia, se convenciese por propia experiencia
de su incapacidad para levantarse de su postración, para alcanzar la verdad y la vida, para lograr aquella perfección y dicha a que aspiraba cuando deseó ser como
Dios (Gén 3,5). San Pablo llama a estos tiempos siglos de ignorancia, en los cuales Dios, Padre providente, no dejó de acudir a sus hijos para que siquiera a
tientas le buscasen y se dispusiesen a recibir a aquel por quien tendrían la resurrección y la otra vida (Jn 11,25). De esta preparación corresponde a Israel la
parte principal, y por ello fue de Dios escogido como pueblo peculiar suyo, dándole la Ley y las Promesas; pero también tocaba su parte a los demás pueblos de la
tierra; llamados asimismo a gozar de las gracias del Mesías, pues que también son ellos criaturas de Dios (Ex 19,5).» Tras esta parrafada, que se guarece bajo la
ampulosidad de la jerga teológica para disimular su vacuidad real, cualquier creyente debería darse cuenta de que se ha dado un salto en el vacío de tamaño
intergaláctico. Los profetas, antes «intermediarios entre Dios y el resto de los humanos», ahora, por voluntad de un neoconverso fanático llamado Saulo de Tarso,
no son más que ayos, canguros; Dios, a sabiendas, ocultó a su pueblo elegido la futura llegada de su Hijo, el Salvador, les obligó a odiar a las naciones vecinas
conociendo que su Hijo predicaría justo lo contrarío, les dio una imagen de su persona y atribuciones divinas que ahora modificará en su nuevo testamentum,
les coaccionó a cumplir leyes y rituales que su Hijo derogará por inútiles, les hará seguir a sacerdotes que en los nuevos tiempos aparecerán como falsos
—si no herejes—, extenderá su manto protector a toda la humanidad —¿por qué no lo hizo antes? ¿No eran aún criaturas de Dios los demás pueblos de la tierra cuando
él los proscribió de su «alianza eterna»?—, causando grave quebranto a su pueblo hebreo... Si el Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios que inspiró el Nuevo,
resulta obvio también que alguien, en una época u otra, ha mentido con desafuero.
Aunque también es posible que los cristianos tengan dos dioses distintos y no quieran darse cuenta de ello. El dios del Antiguo Testamento es caprichoso,
vengador —a menudo sediento de sangre, ya sea de los suyos o de sus enemigos—, justiciero y obliga al creyente a mantenerse bajo «el temor de Dios»; el del Nuevo,
por el contrario, es amor, es un padre afectuoso que llama al creyente a la comunión con él. Dado que no es de recibo presentar a Dios con dos personalidades
tan opuestas —aunque todo cabe en su infinitud—, la Iglesia se ha visto forzada a navegar entre dos planteos teológicos enfrentados y nunca resueltos:
el que considera el Antiguo Testamento como una doctrina constante e inmutable —que gira alrededor de un Dios violento, severo, moralizante y obsesionado por
el fiel cumplimiento de su Ley— cosa que obliga a considerar la muerte de Jesús como una más de sus típicas exigencias sacrificiales cruentas; y el que no ve
en el Antiguo Testamento ninguna doctrina acerca de Dios y lo interpreta como meros relatos hebreos acerca de la intervención divina en su historia, argucia que
deja abierta la posibilidad de que Dios pueda volver a intervenir en el devenir histórico de una forma más humanitaria y permite ver la crucifixión de Jesús
como «la entrega amorosa del Hijo por parte del Padre». En cualquier caso, resulta escandaloso que la autodenominada «religión verdadera» se contradiga hasta en
sus versiones del «Dios único y verdadero». En fin, veamos a continuación el contexto en el que se produjo la inspiración divina del nuevo testamentum,
justificado en la figura de Jesús de Nazaret y, al tiempo, base y origen del cristianismo en general y de la Iglesia católica en particular.
LA MAYOR PARTE DEL NUEVO TESTAMENTO NO FUE ESCRITA POR APOSTOLES SINO POR RECOPILADORES QUE NO CONOCIERON A JESUS
Es bien sabido por todos que los testigos privilegiados de la vida pública de Jesús fueron los apóstoles, hombres que, según lo refiere Marcos, fueron seleccionados
por el Mesías de la siguiente forma: «Subió a un monte, y llamando a los que quiso [de sus discípulos], vinieron a El, y designó a doce para que le acompañaran y para
enviarlos a predicar, con poder de expulsar a los demonios.
Los apóstoles, todos ellos judíos, como el propio Jesús, vivieron tiempos difíciles y maravillosos cuando se vieron llamados a colaborar personalmente con el
proyecto salvífico que el mismísimo Dios le había asignado a su hijo Jesús. Debieron ser grandes personas, pero de lo que no cabe duda alguna es de que mostraron
un escasísimo interés —o más bien negligencia grave— en velar por que su valioso e irrepetible testimonio quedara plasmado sobre documentos que recordaran por
siempre al mundo aquello que fue y ya no volverá a ser hasta el fin de los tiempos.
El Evangelio de Marcos es el documento más antiguo sobre la vida de Jesús de cuantos se dispone, pero Marcos ni fue discípulo de Jesús ni le conoció directamente sino
a través de lo que, tras la crucifixión, le oyó relatar públicamente a Pedro. El Evangelio de Lucas y los Hechos, del mismo autor, son los documentos fundamentales
para conocer el origen y desarrollo de la Iglesia primitiva, pero resulta que Lucas, que tampoco fue apóstol, también escribe de oídas, componiendo sus textos a
partir de pasajes que plagia de documentos anteriores, de diversas procedencias, y de lo que le escucha a Pablo, que no sólo no fue discípulo de Jesús sino que
fue un fanático y encarnizado perseguidor del cristianismo hasta el año 37 d.C. (un año después de la cru-cifixión de Jesús). Mateo sí fue apóstol, pero una parte
de su Evangelio lo tomó de documentos previos que habían sido elaborados por Marcos (no apóstol). Queda Juan Zebedeo, claro, que ése sí fue apóstol... pero resulta
que el Evangelio de Juan y Apocalipsis no son obra de éste sino de otro Juan; fueron escritos por un tal Juan el Anciano, un griego cristiano que se basó en textos
hebreos y esenios y en los recuerdos que obtuvo de Juan el Sacerdote, identificado como «el discípulo querido» -de Jesús (que no es Juan Zebedeo), un sacerdote
judío muy amigo de Jesús que se retiró a vivir a Éfeso, donde murió a edad muy avanzada.
La sustancial aportación doctrinal de las Epístolas de Pablo resulta que proviene de otro no testigo que, además, acabó imponiendo unas doctrinas que eran totalmente
ajenas al mensaje original de Jesús. Pedro, el jefe de los discípulos y «piedra» sobre la que se edificó la Iglesia, no escribió más que dos Epístolas de
puro trámite —la segunda de las cuales es pseudoepigráfica, eso es redactada por otro— que no representan más que un 2% de todos los textos neotestamentarios.
Santiago, hermano de Jesús y primer responsable de la Iglesia primitiva y, por ello, un testigo inmejorable, apenas aportó otro 1 % al Nuevo Testamento con su
Epístola (también de dudosa autenticidad). Por paradójico que parezca, es obvio que entre los redactores neotestamentarios prevaleció una norma bien extraña:
cuanto más cercanos a Jesús se encontraban, menos escritos suyos se aportaron al canon y viceversa. Francamente absurdo y sospechoso.
En fin, para ser breves, resulta que la inmensa mayor parte del testimonio en favor de Jesús, eso es el 79% del Nuevo Testamento,63 procede de santos varones
que jamás conocieron directamente a Jesús ni los hechos y dichos que certifican. Tamaña barbaridad intentó ser apuntalada al declarar «inspirados» todos los
textos del canon neotestamentario, pero entonces, dadas las infinitas contradicciones que se dan entre los propios Evangelios y sus inexactitudes históricas
injustificables, se hizo quedar como un auténtico ignorante al mismísimo espíritu de Dios. ¡Menudo problema!
Las incoherencias tremendas que puede apreciar cualquiera que compare entre silos cuatro evangelios canónicos, resultan tanto más chocantes y graves si tenemos
en cuenta que estos textos fueron seleccionados como los mejores de entre un conjunto de alrededor de sesenta evangelios diferentes. Los textos no escogidos fueron
rechazados por apócrifos64 por la Iglesia y condenados al olvido. Buena parte de los apócrifos eran más antiguos que los textos canónicos y entre los rechazados
había escritos atribuidos a apóstoles y figuras tan im-portantes como Tomás, Pedro, Andrés, Tadeo, Bartolomé, Pablo, Matatías, Nicodemo, Santiago... y textos tan
influyentes en su época como el Evangelio de los Doce Apóstoles.65 Los cuatro evangelios canónicos citan a menudo textos que son originales de algún apócrifo y
los primeros padres de la Iglesia, como Santiago, san Clemente Romano, san Bernabé o san Pablo, incluyeron en sus escritos supuestos dichos de Jesús procedentes
de apócrifos.
COMO SE REALIZO LA SELECCION DE LOS EVANGELIOS CANONICOS
se realizó en el concilio de Nicea y fue ratificada en el de Laodicea. El modus operandi para, distinguir a los textos verdaderos de los falsos fue,
según la tradición, el de la «elección milagrosa». Así, se han conservado cuatro versiones para justificar la preferencia por los cuatro libros canónicos:
1) después de que los obispos rezaran mucho, los cuatros textos volaron por sí solos hasta posarse sobre un altar;
2) se colocaron todos los evangelios en competición sobre el altar y los apócrifos cayeron al suelo mientras que los canónicos no se movieron;
3) elegidos los cuatro se pusieron sobre el altar y se conminó a Dios a que si había una sola palabra falsa en ellos cayesen al suelo, cosa que no
sucedió con ninguno;
4) penetró en el recinto de Nicea el Espíritu Santo, en forma de paloma, y posándose en el hombro de cada obispo les susurró qué evangelios eran los
auténticos y cuáles los apócrifos (esta tradición evidenciaría, además, que una parte notable de los obispos presentes en el concilio eran sordos o muy descreídos,
puesto que hubo una gran oposición a la elección —por votación mayoritaria que no unánime— de los cuatro textos canónicos actuales).
Uno de los muchos absurdos que heredamos a partir de ese episodio de selección de textos inspirados es de aúpa: dado que la autenticidad de los evangelios canónicos
no estaba unánimemente reconocida por los obispos cristianos, hasta el punto de que tuvo que ser impuesta por la autoridad — de una votación mayoritaria en un
concilio — de la Iglesia, ¿qué autoridad puede tener una Iglesia que hoy dice basar su autoridad en unos evangelios dudosos que ella misma tuvo que avalar cuando
ni ella ni los textos gozaban aún de autoridad alguna?.
Continua...