jueves, 4 de octubre de 2012

RASPUTIN





Grigori Yefímovich Rasputín, nació en un pueblo de la Siberia llamado
Prokróvskoie el 22 de enero de 1869. La
historia de este místico personaje ruso está
llena de anécdotas. Si bien es cierto que
provenía de una familia campesina humilde y
sin aspiraciones intelectuales, también es
cierto que, de una manera muy extraña y
apadrinado por el destino de ser un hombre
santo y con poderes sobrenaturales, logró
inmiscuirse en las capas más altas de la
sociedad rusa. Cuentan que su fama empezó a
sus doce años. En el pueblo donde vivía
surgió una pelea campal entre campesinos.
Alguien había robado un caballo de un corral
y la gente furiosa buscaba al animal. Cuando
entraron a la casa de los padres de Rasputín,
vieron a un muchacho tirado en la cama y con
una fiebre galopante. Los campesinos
expresaron la causa de su visita. De pronto se
levantó el jovenzuelo y dijo:
- No busquen a nadie, el ladrón esta
entre ustedes.
Y apuntó con el dedo a un campesino, quien se negó rotundamente de ser el
ladrón. Entonces los agricultores asombrados le preguntaron, de cómo sabía quien era el
ladrón, a lo que contestó:
- Lo sé con seguridad.
Los visitantes no le dieron mucha importancia y creyeron que estaba alucinando
a consecuencia de la fiebre. Luego se marcharon sin encontrar el caballo. Pero un par de
hombres pensaron que podía haber algo de cierto en las palabras del adolescente. Y al
despuntar la noche, lo persiguieron al sospechoso campesino. De repente entró a una
cabaña y luego salió con el caballo robado. Al día siguiente corrió el rumor, en todo el
pueblo, que Rasputín era adivino. Y empezó su fama que, con el tiempo, fue
ascendiendo vertiginosamente. Confiado en su reputación comenzó a predecir cosas a
diestra y siniestra. Algunas resultaban ser ciertas y otras no.
Lo cierto es que en aquellos tiempos, los rusos eran muy supersticiosos y se
dejaban influir por todo lo místico y falsas profecías. La historia cuenta que en la
Siberia surgieron personas sagradas de toda índole y claravidentes que predecían el
destino de los hombres. La superstición era parte de la vida cotidiana.
Rasputín era la oveja negra de la familia y sus padres se preocupaban mucho por
su destino. No le gustaba trabajar, bebía con frecuencia, era un camorrero de primera y
se la pasaba mirando a mujeres. Se cree que estaba involucrado en robos, aunque nunca
le pillaron con las manos en la masa.
Su voraz apetito sexual empezó a temprana edad y dicen que sus métodos de
conquista eran cada vez más groseros y vulgares. Paradójicamente a su mal
comportamiento se interesó, desde muy joven, por la religión. Empezó entonces a
visitar monasterios, acto que causó risas y comentarios en el pueblo porque era
conocido más bien como un truhán que aplanaba las calles molestando a mujeres. A los
18 años ingresa a una secta religiosa erótica de nombre “Los flagelantes” (Khlysty). Los
miembros de esta secta adoraban, entre otros, a los dioses del placer y la pasión. Creían
que el arrepentimiento se alcanzaba mediante el pecado y practicaban orgías con
frecuencia. Según el dogma de “Los flagelantes”, el orgasmo es el momento “en el que
el espíritu santo se posa sobre los hombres”.
Tomando en cuenta su comportamiento, los padres querían que su hijo siguiera
la tradición familiar. Es decir, que se dedicará a la agricultura y se haga cargo de las
tierras de la familia, pero Rasputín jamás mostró interés por llevar adelante ese tipo de
trabajos. Sin embargo, da señales de buen comportamiento, cuando anuncia su boda,
con Praskovya Fyodorovna, en 1889. El matrimonio parece ser feliz y empieza a
trabajar en el campo. Nace su primer hijo Dimitrij. Después de un tiempo nacen sus
hijas María y Varvara. Tres años más tarde nace un cuarto hijo, pero al poco tiempo de
este acontecimiento, muere su hijo mayor Dimitrij.
Rasputín se sumerge en este dolor que lo atormenta día a día y empieza a
interesarse por la religión. El cruel destino hizo conocer a la familia campesina otra
tragedia: su hijo menor mostraba señales de retraso mental. Estos golpes de la vida,
desembocaron, nuevamente, en el alcohol y en el distanciamiento de su familia. Un
cierto día, después de haber trabajado en el campo, Rasputín volvió a casa y contó a su
mujer que mientras trabajaba, de pronto, se le presentó un ángel y le aconsejó que se
vaya de peregrinaje. Este cuento, construido por Rasputín, fue un pretexto para
abandonar a su familia.
Es así, que empezó a deambular por los pueblos de Rusia, rezando oraciones y
viviendo de la caridad. Para dar un aspecto de hombre santo, utilizaba una vestimenta de
sacerdote de pueblo. Se dejó crecer una barba espesa y el pelo le llegaba hasta los
hombros. A todo esto se suma, su fuerte personalidad, su carisma y su gran capacidad
oratoria capaz de convencer a cualquier ser humano. Después de dos años de
peregrinaje vuelve a su pueblo. La gente observaba un notable cambio en Rasputín. Ya
no era ese hombre ebrio que carecía de educación. Ahora lo miraban como a un hombre
santo rodeado de misticismo. Era el nuevo Mesías del pueblo, pero en realidad la vida
en una pequeña aldea ya no le gustaba y decidió marcharse a San Petersburgo.
Esta vez como el Padre Grigori, oriundo de la Siberia. Allí oraba en todas partes
y su fama fue creciendo más y más. El ocultismo, lo místico estaba de moda en San
Petersburgo y esto le caía como anillo al dedo a Rasputín. Lo esperaban con los brazos
abiertos. Todas las damas de la alta sociedad rusa querían encontrarse con el hombre de
poderes sobrenaturales.
Rasputín sanó a una mujer de sus crónicos dolores de cabeza. Hizo lo que
ningún médico había logrado en mucho tiempo. Gracias a su carisma y verborrea
lograba influir en una persona hasta que caiga en un estado de hipnotización. Y, como
resultado, conseguía algunos logros que lo situaba en el pedestal más alto de los
místicos rusos. Algunas damas se enamoraban de él, pese a su vestimenta y aspecto
descuidado. Lo comparaban con Cristo, le hacían generosos obsequios y la gente
llegaba donde estaba Rasputín como si realmente fuera el Salvador de todas las
enfermedades.
El padre Gregori aprovechó al máximo su fama, respeto y admiración a su
persona. En sus “tratamientos médicos” incluía lo sexual. Era considerado hombre santo
y la mujer que se unía a él, en cuerpo y alma, recibía una parte de su santidad. Para
seducir a las damas aplicaba muy sutilmente una filosofía que le permitía tener actos
sexuales con diferentes mujeres. Decía que para ser absuelto de un pecado, había que
pecar primero. Este proceso se daba, según él, en tres formas: el pecado, el perdón y la
salvación.
El momento más importante en su vida ocurrió a sus 35 años, cuando visitó, por
primera vez, a los zares de Rusia, Alexandra Fedorovna y Nicolás II. Se presentó en el
palacio con su ropa sucia y dicen que sus botas dejaban huellas de barro al caminar.
Cuando se dirigió a los monarcas no utilizó la palabra “majestad”. Le dijo madre a
Alexandra y padre a Nicolás. De algún modo esas palabras causaron un sentimiento de
paternidad y maternidad en los máximos dirigentes del Imperio Ruso. Rasputín venía
del pueblo y los emperadores querían sentirse padres del pueblo. Y aceptaron, de mil
amores, al forastero con fama de ahuyentar enfermedades. A partir de este momento
empieza a frecuentar en el Palacio Tsarskoje Selo. Se quitó el hábito de cura y comenzó
a enrolarse con damas aristocráticas.
La zarina Alexandra, se puso muy contenta al enterarse que ese hombre de
aspecto descuidado era un curandero por excelencia. Pues la zarina sabía que su hijo
Alexej adolecía de hemofilia. Lo cuidaba como a una joya, hasta que un cierto día se
cayó de una silla y se dio un fuerte golpe en una pierna. El golpe desató una hemorragia
interna. Alexandra en su desesperación llamó a muchos médicos y nadie pudo parar el
flujo de sangre que corría en la pierna del niño. El heredero del trono se estaba
muriendo, hasta que finalmente llamaron a Rasputín. Apenas llegó al Palacio, se dirigió
a la cama donde se encontraba Alexej, le tocó suavemente el cuerpo y susurró oraciones
en voz baja. Al poco tiempo se hizo el milagro. La hemorragia desapareció y la vida de
Alexej estaba salvada. Para la zarina Alexandra no cabía duda que Rasputín, con este
milagroso hecho, había confirmado su santidad. Y, por lo tanto, se merecía veneración.
Como recompensa recibió muchos regalos de la familia imperial.
El forastero de Siberia se convirtió, por así decirlo, en un hombre con poder del
Palacio Tsarskoje Selo. Por medio de él, conseguían algunas personas favores que
fueron bien recompensados con carísimas antigüedades.
En cambio el zar Nicolás II no se impresionó mucho de los logros de Rasputín,
pero notaba que la zarina Alexandra se sentía más tranquila cuando él se encontraba en
el palacio.
Rasputín tenía dos personalidades. Por un lado era un hombre santo, curandero
de enfermedades y que se mostraba como un dios ante la familia imperial. Por otro lado,
era un depravado sexual. Dicen que tenía un apartamento sencillo en el centro de San
Petersburgo, donde acumulaba los onerosos obsequios. Y además, donde bebía a rienda
suelta, seducía a las damas de la alta sociedad y participaba en orgías. Este enfermo
comportamiento, fue cuestionado por el pueblo y los aristócratas, quienes empezaron a
dudar de su santidad. La Iglesia empezó a perder la confianza en el hombre barbudo de
poderes celestiales y que había gozado de grandes privilegios durante años.
Piotr Stolypin, presidente del gobierno ruso, hizo una investigación acerca de la
vida de Rasputín. El resultado fue espantoso y decidió que el “hombre santo” debía
abandonar San Petersburgo. Rasputín obedeció la orden y se marchó a Jerusalén. Sin
embargo, mantenía correspondencia con la zarina Alexandra. Después de un corto
tiempo vuelve a Rusia. Se encontraba en Kiev, donde se desarrollaba una manifestación
en la que participaba Stolypin. Rasputín estaba viendo a la gente que marchaba, cuando
de repente divisó a Stolypin. Entonces levantó la mano y señalando al hombre que lo
había expulsado de San Petersburgo exclamó en voz alta: “que lo cargue la muerte. La
muerte lo persigue”. Rasputín pronunció esas palabras de boca para afuera, y
seguramente no tenía la menor certeza de que eso iba a ocurrir. Pero la verdad es que
Piotr Stolypin fue asesinado, con dos tiros, cuando estaba viendo una ópera en Kiev. El
asesino fue capturado, sometido a la justicia y luego ahorcado.
Rasputín vuelve a San Petersburgo. Lo reciben bien los zares y empieza de
nuevo a tener gran influencia en el Palacio Tsarskoje Selo.
Nicolás II, influido por su esposa Alexandra, solía preguntar al Monje siberiano
cuando había que evaluar complejas situaciones políticas. Pero a medida que transcurría
el tiempo, y dadas las circunstancias políticas mundiales de entonces, el emperador ruso
se vio obligado a enfrentar problemas mayores. La Primera Guerra Mundial había
estallado y el ejército ruso debía armarse aún más. Las dificultades políticas internas
pasaron a segundo grado; quedando así, estas tareas, en las manos de la zarina. Un
hecho que no gustó mucho a los aristócratas, porque la zarina Alexandra estaba bajo el
control de Rasputín, quien no obedecía ninguna lógica ni proceso racional, sino más
bien confiaba en fuerzas místicas y sobrenaturales. En estas condiciones, se hicieron
cambios ridículos en el gobierno, se cometían atropellos y la economía rusa empeoró.
La escritora rusa, Marina Kostritzina, escribió: “Rasputín lo tuvo todo:
relaciones notables, influencia, dinero, fama, amigos, enemigos, acceso al poder y
amoríos. Mientras que para los monárquicos fue el causante de la quiebra de la familia
imperial, los partidos políticos opositores al régimen opinaban que su figura
simbolizaba el deterioro definitivo de la realeza y veían en él la suma de sus
arbitrariedades y defectos”.
Los enemigos de Rasputín, que eran cada vez mayor en número, escribieron una
carta abierta alegando que éste, no solamente gozaba del poder gubernamental, sino que
también era el amante de la zarina. Ese documento hizo que algunos miembros de la
familia imperial hablaran con la zarina para que abandonase a Rasputín, pero no hizo
caso. Y, por consiguiente, decidieron que el visionario aventurero debería ser asesinado.
El príncipe Felix Jusupov fue quien dirigió el crimen y lo planificó detalladamente.
Rasputín tenía conocimiento que la esposa de Jusupov, Irina, era joven y bella. Jusupov
le envío una invitación para una fiesta familiar. El Monje aceptó con gusto. El 1 de
enero de 1916, Rasputín se encontraba en dicha fiesta, donde había abundante comida y
vino de su gusto, pero mezclado con veneno. Apenas llegó, preguntó por la hermosa
dama que, según su esposo, llegaría más tarde.
Poco tiempo después Rasputín sentía sueño y preguntó, una vez más, por Irina.
El príncipe Jusupov se levantó de su asiento para “traerle” a su esposa. Pero en realidad,
volvió con un revolver en la mano y desde corta distancia disparó dos tiros a Rasputín,
quién cayó al suelo, pero extrañamente se volvió a levantar. El príncipe Jusupov, que no
era un criminal con experiencia, disparó mal. Los dos tiros no eran mortales y el
siberiano hacia la calle. De pronto, otros miembros de la familia imperial acribillaron al
siberiano con disparos, acabando con su vida. La zarina Alexandra dio orden para que
su cuerpo fuera enterrado en el Palacio Imperial.
Un año más tarde, estalla la Revolución Rusa. El Zar Nicolás II y su familia
fueron llevados a la Siberia como prisioneros y en 1918 fueron ejecutados. Así se dio
fin a una dinastía que trataba de expandir la influencia rusa. Y a un hombre que, pese a
sus “milagros”, logró quebrantar las estructuras de la monarquía rusa y su pueblo.

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